Capítulo 23: El médico

>> sábado, 11 de abril de 2009

El médico

A lo largo de toda su trayectoria profesional, el doctor Rafael Guevara había pasado por toda una gama de experiencias diferentes que le habían llevado a conocer la medicina desde muchos ángulos diferentes. Recién salido de la carrera había optado por hacer su Servicio Social en una pequeña comunidad rural donde había atendido a sus pacientes en una pequeña clínica que si bien contaba con lo indispensable para tratar enfermedades menores, había carecido de todo aquello que en la medicina se necesitaba para tratamientos de enfermedades más complejas, luego había laborado en un hospital particular como cirujano general en la sección de emergencias, en su tiempo libre había sido rescatista voluntario de la Cruz Roja y además había obtenido cuatro especialidades diferentes. Después de muchos años de acumulación de conocimientos y experiencia, se había sentido cada vez más desesperado por las carencias de su arte y se había acercado a la vida académica pensando que esta le ofrecería la posibilidad de encontrar respuestas. No había sido así.

El primer problema grave de la medicina a su juicio era que toda la farmacología, e incluso la cirugía se concebía con una carga negativa. Los analgésicos eran contra el dolor, los antiinflamatorios contra las inflamaciones, los antibióticos contra los virus y bacterias, y así sucesivamente. Una y otra vez se había dado cuenta que, amén de sus costos, todos estos medicamentos “contra algo” aliviaban una cosa pero generaban latosos efectos secundarios, muchas veces en plazos tan largos que la asociación con el fármaco no se lograba establecer sino después de muchos y costosos estudios por cuya realización ninguno de sus colegas se preocupaba.

En las soluciones negativas que concebía la cirugía, por el otro lado contemplaba con espanto que la medicina se encarecía cada vez más hasta dejar en la pobreza a cualquiera que no contara con un seguro médico. La tecnología médica era costosísima y financiable solamente por las instituciones hospitalarias más grandes. Un hospital no era financiable sin los esfuerzos aunados de mucha gente, en su mayoría médicos que buscaban mejores condiciones de trabajo que terminaban amortizando sus inversiones con la elevación de sus costos de consulta, cirugías y hasta cobran sumas estratosféricas y desproporcionadas en los estacionamientos de los hospitales. La tecnología médica estaba accesible a los que tenían o mucho dinero o el aguante suficiente de esperar semanas y meses para obtener un espacio en las saturadas salas de operación del sector público.

Un segundo problema grave era que médico y paciente hablaban lenguajes tan diferentes que ni siquiera palabras, tan simples y cotidianas, como “dolor”, “jaqueca” o la diferencia entre una tableta y una gragea permitían el entendimiento necesario para el proceso curativo. Los pacientes hablaban el español de la calle, los médicos el griego académicos. Un paciente hablaba de dolor de panza o estómago si tenía un lenguaje un poco más refinado, el médico siempre traducía esos padecimientos en una “itis” y nunca se preocupaba de regresar la traducción al lenguaje del paciente. Las caras de “qué me dijo…” eran lo más frecuente en los pacientes que salían del consultorio y, evidentemente eso no contribuía al efecto deseado del tratamiento que por no haber identificación casi nunca se seguía al pié de la letra. Por lo mismo, muchos de sus pacientes peregrinaban de un médico a otro, visitaban especialistas, las salas de emergencia de los hospitales o terminaban en manos de charlatanes que, aunque siempre altamente recomendados, terminaban por derramar la gota que los llevaba a la tumba. Todo ello por una simple falta de comunicación de origen. Para Rafael estaba claro, y hacía esfuerzos sobrehumanos para lograrlos, que sus pacientes tenían que generar una identificación entre padecimiento, medicamento y el proceso de curación o este último no se daba casi nunca. El llamado efecto placebo era importantísimo y no había sido estudiado con la debida atención más que en el sentido de comprobar la utilidad de un medicamento. Mientras la medicina no se preocupara seriamente por la psicología que motivaba y enfermaba a los pacientes se quedaría estancada sin remedio.

La parte psicológica llevaba al tercer punto de reflexión. Era evidente que en la medicina académica, influida hasta la fecha por el modelo mecanicista desarrollado inicialmente por la triada de pensadores conformada por Descartes, Bacon y Newton, había logrado convertir la contemplación de la enfermedad como una “simple” falla en el complejo mecanismo de relojería que era el cuerpo. Esta aproximación teórica, que no del todo real, había generado que los médicos optaran por ser cada vez más especialistas sobre algún engranaje más o menos complejo de la maquinaria corporal. En vez de que dentro de la medicina se generaran enfoques que contemplaran al ser humano como un todo, aunque este siguiera siendo una complicada máquina, surgían cada vez más especialidades que se concentraban en el estudio, y la curación, de un engrane más recién descubierto o cuyo abordaje terapéutico era de reciente inclusión en las esferas de los investigadores.

Las grandes preguntas de la medicina, ante todo esto, seguían sin contestar. Ningún médico se atrevía seriamente a hablar sobre que es la vida, que es una enfermedad y peor aún, que es la sanación. Lo que estaba de moda era el reduccionismo y la eliminación de síntomas. La calidad de vida y salud en el ser humano estaba cada vez más mermada y hoy en día, sobre todo en los ambientes urbanos que generan más presión sobre el individuo, la aparición de nuevos retos y nuevas enfermedades representaba cada vez mayores retos y enigmas. Por el otro lado la contribución de la medicina para aumentar la longevidad y evitar la mortandad infantil, generaba toda una serie de problemáticas sociales que eran casi imposibles de resolver. La medicina como ciencia había hecho progresos espectaculares en los últimos doscientos cincuenta años, eso era indudable, pero si no se generaban cambios profundos en las formas de cómo enfocar la salud, apreciar y entender la vida y otros elementos, esa misma medicina tan exitosa durante dos siglos se estaba aproximando a sus límites a pasos agigantados.

El doctor Guevara desde hacía años se había dado cuenta que en la medicina había un algo que estaba terriblemente mal pero no había atinado en detectar que era, hasta que, después de varios años de padecer su profesión más que disfrutarla por ver en ella un beneficio real para la gente, un colega lo había invitado y se había decidido a tomar un diplomado de medicina tradicional china.

En este diplomado, auspiciado por una universidad privada, a diferencia de otros, había tenido la suerte de contar con una variedad de instructores que en todos los casos o bien eran chinos o se habían especializado en China y hablaban y comprendían su cultura y ese elemento fue fundamental para que Rafael por fin comprendiera la esencia de su malestar médico.

Durante el curso, al entender el ancestral principio chino del Ying y el Yang y como su flujo, dinamismo e intercambio determinaba al mundo y su equilibrio en un sistema dinámico en el que ninguna de las dos fuerzas podía predominar sino solamente complementarse se había dado cuenta, auxiliado por la enseñanza genuina de los instructores, que las traducciones occidentales de la antigua tradición china habían sido tergiversadas por la influencia de los sistemas de creencia patriarcales imperantes. Así, por ejemplo, para los occidentales era natural pensar en la fuerza del Ying como algo pasivo y negativo, y, al estar asociado a la mujer, perpetuar la idea de la maldad de lo femenino. Sin embargo, la verdadera traducción de la pasividad del Ying no tenía en absoluto implicaciones negativas, aun más, la dicotomía del bien y el mal no existía en la antigua conceptualización china. La pasividad en el sentido original del término significaba más bien permitir que las fuerzas dinámicas de la naturaleza operaran sin que mediara la resistencia de la actividad del yang que era impulsiva y tiene implícita la tendencia a la auto afirmación. Esto le recordó a las “recetas de la abuela” que decían que cosas tales como el reposo, el influyo natural de los elementos y las hierbas cosechadas en las horas ying de la noche eran buenos remedios.

Por el otro lado, también se había dado cuenta que la medicina, tal y como la conocía era una disciplina totalmente yang. La ciencia misma y la idiosincrasia occidental que la había generado era yang y a lo largo de milenios había discriminado y desequilibrado completamente las fuerzas del ying en el mundo. Esa fuerza yang predominante había generado un enfoque totalmente parcializado de la salud. Al individuo no solo no se le consideraba como un cuerpo completo, sino incluso como un algo totalmente aislado de su entorno social, cultural y ecológico.

En el momento de darse cuenta de esas sencillas reglas, Rafael había comenzado a profundizar cada vez más en los aspectos holísticos de los pacientes a quienes trataba intentado valorar todos aquellos aspectos que en la medicina académica convencional rara vez se contemplaban y conforme iba acumulando casos, datos y experiencia su preocupación por la salud individual, social y ecológica se iba incrementando.

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Rafael había llegado a la conclusión que necesitaba un ámbito nuevo desde donde poder actuar y aplicar sus nuevos conocimientos cuando recibió una llamada de su colega Javier Nolasco, que en esos momentos era el secretario de Salud del estado de México invitándolo a desayunar al día siguiente.

Cuando ambos hombres se saludaron resurgió de inmediato esa peculiar cordialidad que existe entre aquellos que se conocen y respetan a lo largo del tiempo.

“¿Quiúbole Rafa?, ¿Cómo has estado?”

“Ya sabes, dándole al arte de matasanos. ¿Y tú?”

“Controlando a que no me maten a demasiados sanos en el estado. No se puede hacer mucho detrás de un escritorio, pero por eso te estoy llamando. Te tengo una oferta que no vas a poder rehusar.”

“Si me quieres encerrar en una oficina a llenar papeles, olvídalo, no estoy hecho para eso ni para las grillas.”

“El viejo Rafa idealista que conozco desde siempre hablando. No pensé que hubieras cambiado. Para eso eres demasiado crítico. Demasiado concienzudo con lo que haces y no me equivoqué en proponerte lo que te voy a proponer.”

“Hechas las advertencias, soy todo oídos.”

“Bueno, tiene un poco de grilla, y también algo de lo tuyo. Tengo que ser sincero contigo desde un principio. Desde hace rato hemos estado pensando en el gobierno que tenemos que cambiar las cosas en el sector. Nos está costando mucha lana y no hay. Por eso queremos ver como se puede hacer para que se establezca un verdadero sistema preventivo. Algo innovador. Con carta blanca para experimentar y buscar lo que sea, pero que sea efectivo.”

“Vaya, hasta que están pensando.”

“No fue fácil, créemelo, pero por fin he logrado convencer al gobernador de que dé el visto bueno para un programa piloto. Y quiero que te hagas cargo.”

“Aha, o sea que hay lana.”

“No mucha, suficiente para un buen sueldo para ti, y para unas cuantas personas que te ayuden. Un equipo de 4 o 5 colaboradores para empezar. Además hay recursos para acondicionar una clínica con todo lo que necesites. Recursos prácticamente ilimitados si no te empecinas en gastarte todo en equipos de alta tecnología.”

“Para hacer prevención no se necesitan equipos. Lo sabes perfectamente bien. ¿Y donde está esa clínica?”

“En un pueblo, se llama San Juan, es un pueblo maderero. Tiene sus broncas como en todo pero están dispuestos a colaborar. El cura, se llama Jerónimo, y está encantado. Aspira a ser obispo y cree que con un proyecto así va a poderse levantar el cuello. Por el otro lado el capo de los madereros también está de acuerdo. Lo negociamos a cambio de cerrar los ojos un rato más y no echarle el fierro. Y de los demás ni te preocupes. No cuentan. Están pero hacen lo que estos dos les digan lo que tienen que hacer. No necesitas a más interlocutores.”

“¿Y cuando empiezo?”

“Mañana mismo, si quieres puede pasar a mi oficina de Toluca para firmar los papeles y para que te presente con todos lo involucrados.”


el siguiente capítulo: Visiones e invitaciones

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